Dejarse acompañar

 

Aún no sé cómo ni por qué, aquella tarde de agosto, de camino a casa después de un viaje precioso, me descubrí tratando poner palabras a algo que hasta entonces no había sido capaz de decir en voz alta con tanta honestidad. Dentro de aquel coche y sentada al lado de alguien a quién, aunque a mí ya no me lo pareciera, conocía desde hacía más bien poco… me encontré aceptando, por primera vez, los límites con los que algún día creí que podría seguir avanzando sin dificultad; reconociendo los sentimientos que, sin ser del todo consciente, llevaba demasiado tiempo tapando, silenciando, como si fuera posible que así llegasen a pesar menos; cuando lo único que en realidad necesitaba era dejarlos salir.

Desde aquel día,y creo que en gran parte por la tranquilidad de haber conseguido resolver muchos otros, la sensación de que aún quedaban temas por atender, que me bloqueaban y no me dejaban avanzar del todo, se ha ido haciendo cada vez más presente, más evidente; como si por el hecho de aceptar que allí estaban, algo se ubiera movido dentro de mí. Desde entonces, ha habido momentos en los que ese mismo “alguien” ha estado a mi lado para escuchar lo que necesitaba soltar –a pesar de mi incapacidad para explicarme con coherencia–, para ayudarme a ver con más claridad, para entender mágicamente cada silencio, para contagiarme un poco de su calma, para estar cerca, abrazarme y darme la mano.

Y así, poco a poco, he encontrado la fuerza para empezar a destapar lo que durante tanto tiempo he estado guardando dentro, para atreverme a mirarlo de frente, para dar los primeros pasos –de muchísimos, seguro– del proceso de ir tirando del hilo, desenredando el enredo, buscando solución. Hacía días que esperaba dar un paso que para mí era esencial para poder seguir avanzando y estaba tardando más en llegar de lo que quería. Y hoy, tal vez no en el momento ideal ni con las palabras más acertadas, pero sí dejándome llevar por lo que sentía… he podido hacerlo y he recibido, exactamente, la respuesta que necesitaba. Es domingo, son casi las ocho de la noche y estoy sentada en el sofá, escribiendo en silencio… y no puedo sentirme mejor acompañada ni más agradecida por las personas que me rodean.

 
Laura LópezComment