Una pausa inesperada (I)

 

17 de marzo de 2020,

Las noticias iban llevando, pero mirábamos con distancia y un punto de inocencia, exceso de confianza o inconsciencia, no lo sé; como creyendo (o queriendo creer) que aquello quedaba lejos y no nos llegaría a tocar de cerca. La preocupación en aumento a medida que todo se complicaba más y la realidad caída, delante de nuestros ojos, por su propio peso. La angustia comprensible pero tal vez no del todo bien gestionada; histeria sobrevenida, acciones a la desesperada y gestos que dejan entrever una falta de empatía que me cuesta comprender. La urgencia de adaptarnos lo más rápido posible, las medida tomadas a toda prisa.

El estrés de los últimos días en el centro, en medio de una rutina envuelta de excepcionalidad y la tensión de estar casi más pendientes de todo lo que conllevaba que del trabajo en sí. El esfuerzo por mantener las distancias con pacientes y compañeros, las explicaciones a los pequeños para ayudarles a entender lo que nosotros aún no acabábamos de procesar, el lavado de manos constante, evitar el contacto con todo lo que no fuese imprescindible tocar y trabajar respetando las medidas de seguridad en una profesión que implica el acercamiento al otro. Y entre todo esto, el intento de acompañarla a ella, con el peso de la responsabilidad sobre sus espaldas, en la toma de una decisión tan compleja, intentando transmitirle calma y hacerle saber que estaba, soy y estaré ahí, a su lado.

Un viernes tan extraño, de horas que pasaban lentas, 3 visitas contadas, el teléfono sonando sin parar y una larga lista de correos por enviar; avisando de que, finalmente, cerrábamos. Y a media tarde, con la sala de espera vacía, desenchufar ordenadores y calefacciones, apagar luces, cerrar puertas y bajar la persiana hasta, realmente, no sabemos cuándo. El fin de semana y con él, las primeras horas de confinamiento; con sentimiento encontrados y sólo algunas seguridades; como que la sensación de extrañeza se haría más presente, más real, cuando el lunes llegase sin parecerlo. Una pausa inesperada, forzada y desconcertante. Un paréntesis complicado de gestionar por la incertidumbre que ara nos genera y la imposibilidad de ver claro, o ni siquiera imaginar, todo lo que con él vendrá. Una pausa difícil y al mismo tiempo, absolutamente necesaria.


19 de marzo de 2020,

Intuía que todo sería diferentes cuando dejásemos atrás el fin de semana; cuando el lunes llegase y diese paso a una, dos, no sabemos cuantas semanas más… sin el horario marcado, el ritmo habitual ni los gestos que dan forma a la (dulce) rutina. Hasta el martes, tuve la sensación de estar viviendo la situación a contracorriente. Veía como a mi alrededor se sucedían los mensajes, imágenes, mensajes de audio y vídeos; aludes de información donde la realidad se mezclaba con noticias falsas y chistes… y la pausa inesperada contrastaba con miles de propuestas y largas listas de cosas por hacer, hacer más. Y mientras, yo no me podía sacar de la cabeza la necesidad de coger distancia para mirar esta pausa forzada con más perspectiva, de detenerme en ella y darme tiempo para comenzar a procesar todo lo que está pasando antes de reaccionar, de intentar vivirla con el máximo de aceptación y presencia posibles.

Ayer, miércoles, comencé el día con la clase de yoga de Stefanie; a través de la pantalla, desde mi habitación. Me sentó bien moverme un poco y escucharla. Nos hizo ver que era más normal que nunca que nos descubriésemos saltando de un pensamiento al otro y como siempre, nos dijo que lo único que debíamos hacer era reconocerlo, sin juzgarlo, volver al centro y fluir. Intenté tener bien presentes sus palabras durante el resto del día. Las horas fueron pasando entre hábitos que con suerte se mantienen y otros que, poco a poco, más o menos consciente, voy creando. Y aunque me esforcé, todo se fue acumulando, pesando… y acabé colapsada, desbordada, sobrepasada.

Hoy he intentado poner el contador a cero, volver a empezar, seguir buscando el equilibrio. Estar al día de cómo evoluciona todo sin llegar a la saturación por sobreinformación; seguir conectada en la distancia sin olvidarme de mis espacios; no avanzarme a los hechos ni hacerme preguntas que aún no tienen respuesta y seguramente no la tendrán pronto; abandonar las exigencias, flexibilizar y aceptar lo que es; permitirme transitar esta mezcla de emociones a mi manera; acompañar a los que me rodean recordando que cada uno lo está viviendo y gestionando como puede; escuchar el silencio sin intentar llenar el vacío… y seguir.


21 de marzo de 2020,

Pasé el jueves esforzándome en encontrar el equilibrio que me había prometido buscar y más o menos, lo conseguí. Pero el viernes, en aquel baile de emociones que van y vienen, la sensación de no poder procesar la información que llega sin descanso y no saber cómo gestionar lo que todo ello me genera… se sumó a la impotencia de no ser capaz de concentrarme en el trabajo y el hecho de tener que repensarlo todo para seguir acompañando a aquellas familias que sienta que, en estos días extraños, les podemos ayudar.

Mientras desayunaba, sin haber dicho (ni tener que decir) nada y con esa intuición que no deja de sorprenderme, me preguntó si estaba bien. Y entonces… una respuesta sincera y una conversación de aquellas que me ayudan a ordenarme y de golpe, lo cambian todo. Que podemos encontrar un poco de luz en todo esto y que unas de las caras buenas es que nos está enseñando a adaptarnos al cambio y a vivir más en el presente… me recordó él. Que me exijo más de lo que nadie nunca me pide, que me avanzo a lo que vendrá mucho antes de que llegue y que querer controlar lo que no está en mis manos no hace más que quitarme energía, que ahora mismo necesito para ponerme en marcha y adaptarme al cambio, eso que tantísimo me cuesta… fue mi conclusión. Horas más tardes, un mensaje me ayudaba a acabar de encontrar la calma que sentía que me faltaba y no había encontrado sola. Que haremos lo que se pueda, si es que se puede y si no, no pasa nada; que me grabase lo que estaba leyendo y respirase… me dijo ella. Y así, comencé a ver más claro.

Hoy, sábado, a las 6:45h y cámara en mano, he cruzado el comedor de puntillas para no despertarles y he salido al balcón a fotografiar la salida del sol para el proyecto #despiertaencasa de Expedición Polar. Ese rato, sintiendo el frío de primera hora, escuchando claramente a los pájaros y sólo unos pocos coches rompiendo el silencio, me ha sentado tan bien… La limitación que suponía no poder salir de casa, que el sitio desde donde verlo y capturarlo no estuviese en nuestras manos, me ha hecho pensar en el aprendizaje que están suponiendo estos días; rendirse a lo que es, tal como es, y aceptar, flexibilizar, fluir e ir gestionándolo todo como mejor se pueda a cada instante, poco a poco, día a día.


24 de marzo de 2020,

Siento que, en medio de estas nuevas rutinas que se van consolidando a medida que pasan los días, siendo más o menos consciente, algunas cosas van, poco a poco, encontrando su sitio y empezando a encajar, dando forma a una extraña normalidad en esta pausa incierta que quién sabe cuánto se alargará… Supongo que por una mezcla entre la necesidad de adaptarme a la situación (qué remedio) y esas palabras que me dieron la calma que sentía que me faltaba y no era capaz de encontrar… desde este fin de semana he empezado a ver un poco más claro en algunos sentidos. Hace unos días que, con un nuevo ritmo, esbozado desde cero con la libertad (qué ironía) de darme el espacio y momento que necesito para hacer cada cosa durante el día… he podido volver a concentrarme, cada vez más, en el trabajo a hacer y empezar, también, a sentirme más cómoda con el cambio que esta situación supone en la forma habitual de hacer con los pequeños y sus familias; de tú a tú, cara a cara, el uno al lado del otro. Haciendo un esfuerzo por pensar con más flexibilidad que nunca, teniendo presente que es imposible que todo funcione como siempre lo hace porque nada es igual, recordando que la esencia de lo que hago, de lo que hacemos, se resume en acompañar y ayudar de la mejor manera posible en cada momento y centrarme en hacerlo… pues poco más que eso está en mis manos ahora mismo. La llamada de ayer por la mañana con ella, hablando de todo lo que se nos está moviendo dentro estos días, de lo difícil que se nos está haciendo pensar en el trabajo con todo lo que hay ahí fuera y de la inmensa presión que ponemos sobre nosotras mismas cuando nadie nos está pidiendo absolutamente nada… nos ha sentado tan bien a las dos. Qué mágico poder abrazarnos en la distancia, con pequeños gestos, con palabras, con el simple hecho de ser y estar, para uno y para los demás.

 
Laura LópezComment