Sentir de nuevo

 

Hace unos años, una de esas situaciones en las que la vida te desordena por dentro y de pronto todo parece dejar de tener sentido, me hizo descubrir que perder puede ser ganar y lo que en un principio parece una caída al vacío, una oportunidad para salvarse. Era muy consciente de que cada uno procesa las experiencias de forma muy distinta, pero me ha llevado tiempo comprender que no existe medida ni fórmula correcta para hacerlo y que es algo que no puede -ni debe- forzarse. Días, semanas, meses, años; el tiempo ha ido pasando sin que apenas me diese cuenta, poniendo todas mis energías en recuperarme, reencontrarme, volver. He perdido la cuenta de las veces en las que he pensado que el duelo estaba durando demasiado, en las que la idea de lo que 'debería ser' me ha ahogado o en las que la impotencia se ha apoderado de mí por seguir sintiéndome incapaz de pasar página. A medio camino entre el pasado y el futuro, sin saber bien qué era lo que me atrapaba y no me dejaba avanzar... me sentía con un pie en cada vida: la que trataba de dejar atrás con todas mis fuerzas y la que esperaba, paciente, ser descubierta. Mientras, he seguido avanzando, creciendo, cambiando y andando mi camino, tratando de confiar en el proceso y esperando sentir, al fin, que el final había llegado. Y ahora, sin saber bien cómo, ese momento está aquí, justo aquí... y aunque me cuesta horrores creerlo, no puedo sentirme más feliz.

Era un miércoles de mayo y yo estaba allí, de pie, dudando si podría sostenerme de otra forma que no fuese apoyada en la barandilla de aquella boca de metro por la que, antes o después, acabaría apareciendo. Con el móvil en las manos, pendiente de recibir ese tan esperado como temido "Ya estoy aquí"... de vez en cuando, levantaba la vista para sentir el calor del sol en las mejillas o trataba de distraerme viendo los coches pasar, cazando alguna frase de una conversación ajena o escuchando las risas de un grupo de adolescentes que patinaban cerca; buscando un poco de la calma que en ese momento me faltaba. Y entonces, llegó. Se acercó, cruzamos una mirada tímida, alguna palabra sin demasiado sentido y sin saber bien cómo ni porqué, nos abrazamos. El cuerpo entero me temblaba y pudo sentirlo perfectamente. No esperaba esa reacción y se divirtió con ella; casi tanto como yo, ya mucho más tranquila, al darme cuenta de sus nervios mientras andábamos calle abajo. Así llegamos hasta la rambla del barrio donde paso la mayor parte de los días y allí, paramos para tomar algo. Seguíamos sin poder mirarnos directamente a los ojos; tal vez por ese temor común a no poder controlarlo todo; o quizá, por el vértigo al sentir esa conexión inexplicable, como si nos conociéramos de toda la vida. Caminamos un poco más hasta llegar frente al mar y ya en el espigón, nos quedamos en silencio, escuchando el sonido del agua rompiendo contra las rocas y observando la magia del cielo transformándose a cada instante. De pronto, me rodeó con sus brazos por la espalda, abrazándome y haciéndome olvidar cualquier duda, dejar atrás los miedos, respirar más ligero y sentir, sentir de nuevo.

Siento que nos acostumbramos a los lugares y espacios que habitamos, a las personas que nos acompañan en el camino, a cada uno de esos pequeños gestos que dan forma a nuestra rutina... e inevitablemente, también, a ciertas emociones y pensamientos. Y puede que algunos nos nublen la vista y nos hagan sentir atrapados e incapaces de avanzar por un tiempo, pero está en nuestras manos –y sólo en ellas– esforzarnos por volver a ver con claridad, cambiar la perspectiva y ser conscientes de la realidad que construimos con las palabras que nos decimos, con las historias que nos contamos. Aunque en mi mente aún quedan huellas de esa etapa que sentí que se cerraba hace sólo unos días, todo se va volviendo cada vez más lejano y menos pesado y va dejando lugar a nuevas sensaciones y a otras tantas que apenas recordaba. Son las señales de unos años intensos que me han llevado a comprender, entre otras muchas cosas, que querernos tal como somos, abrazando todas y cada una de nuestras luces y sombras, es la única forma de que quienes nos rodean también puedan hacerlo. Porque nadie llega nunca a nuestras vidas para salvarnos o curarnos las heridas, pero comenzar a caminar al lado de alguien con quien poder ser nosotros mismos, sin juicios, con total transparencia y libertad, es todo un soplo de aire fresco.

 
Laura LópezComment